Lent is closely associated with the transition from winter to spring. The word ―lent, for example, comes from the old Anglo-Saxon word for springtime, lencten. It describes the gradual lengthening of daylight after the winter solstice.
Already during the 2nd century, Christians prepared for the annual Pascha, or Easter, by fasting for two days. This was a natural thing to do in preparation for the holiest of times when, during the first generations, the Lord’s final return was expected. In the 3rd century, this fast was extended to all of Holy Week. A distinct and lengthy season of preparation did not exist until the early 4th century.
At that time, the 40 days before Easter were the final stage of preparation for those about to be baptized. The rest of the Church prayed and fasted in solidarity with them.
The whole church goes on retreat for six weeks about a month and a half after the Christmas season. This annual spiritual renewal prepares for the celebration of Christianity’s most fundamental belief: Jesus was raised from the dead and is Christ, the Lord. Lent, there-fore, has no meaning in itself. It prepares for Easter and new life. This has given rise to a great variety of religious traditions from the earliest centuries of Christianity. Two themes hold the six weeks together: the mystery of Jesus’ death and resurrection; and the implications of this mystery for those preparing for baptism a spiritual renewal of faith and conversion on the part of those already baptized.
The two elements which are especially characteristic of Lent—the recalling of baptism or the preparation for it, and penance—should be given greater emphasis in the liturgy and in liturgical catechesis. It is by means of them that the Church prepares the faithful for the celebration of Easter, while they hear God’s word more frequently and devote more time to prayer.
More use is to be made of baptismal features which are proper to the Lenten liturgy. Some of them which were part of an earlier tradition are to be re-stored where opportune.
The same may be said of the penitential elements. But catechesis, as well as pointing out the social consequences of sin, must impress on the minds of the faithful the distinctive character of penance as a detestation of sin because it is an offense against God. The role of the Church in penitential practices is not to be passed over, and the need to pray for sinners should be emphasized.
Cuaresma: Origen
Cuaresma está relacionada con la transición del invierno a la primavera. La palabra “lent” (Cuaresma), por ejemplo, viene de la palabra anglo-sajona para la primavera, lencten. Describe la gradual prolongación del día después del solsticio de invierno.
Ya durante el segundo siglo, los Cristianos se preparaban para la Pascha anual, o Pascua, ayunando por dos días. Esto era una cosa natural de hacer en preparación para los más sagr-dos tiempos cuando, durante las primeras generaciones, se esperaba el regreso final de Nuestro Señor. En el tercer siglo, este ayuno fue extendido a toda la Semana Santa. Una distinta y larga temporada de preparación no existió hasta el principio del cuarto siglo.
Durante ese tiempo, los 40 días antes de Pascua era la etapa final de preparación para aquellos que iban a ser bautizados. El resto de la Iglesia rezaba y ayunaba en solidaridad con ellos.
La iglesia entera está en retiro por seis semanas como un mes y medio después de la temporada de Navidad. Esta renovación espiritual anual nos prepara para la celebración de la creencia más fundamental del Cristianismo: Jesús fue resucitado de entre los muertos y es Cristo, el Señor. Cuaresma, por lo tanto, no tiene significado en si mismo. Nos prepara para la Pascua y nueva vida. Esto ha dado origen a una gran variedad de tradiciones religiosas desde los primeros siglos del Cristianismo. Dos temas contienen en si las seis semanas: el misterio de la muerte y resurrección de Jesús; y las implicaciones de este misterio – para los que se preparan para el bautismo, una renovación espiritual de fe y de parte de aquellos ya bautizados, una conversión.
Los dos elementos que son especialmente característicos de Cuaresma – el recordar el bautismo o los preparativos para eso, y penitencia – deberán recibir el mayor énfasis en la liturgia y en la catequesis litúrgica. Es por medio de esto que la Iglesia prepara a los fieles para la celebración de Pascua, al escuchar la palabra de Dios más frecuentemente y dedica más tiempo para la oración.
Se debe hacer más uso de los elementos bautismales que son propios para la liturgia Cuaresmal. Algunos de estos que fueron parte de las primeras tradiciones deben ser restablecidos donde sea oportuno.
Lo mismo se puede decir de los elementos penitenciales. Pero la catequesis, además de señalar las consecuencias del pecado, debe grabar en la mente de los fieles el caracter distinto de la penitencia como una de-testación del pecado porque es una ofensa contra Dios. El papel de la Iglesia en prácticas penitenciales no debe ser omitido, y la necesidad de rezar por pecadores debe ser enfatizada.
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